martes, 15 de febrero de 2011

Connie la Bárbara


Tengo una monitora de gym que es una joyita: Debe medir como un metro cuarenta centímetros, y eso que uno no es exagerado, no. Luce una larga melena rubia teñida, con gruesas raíces negras, que se ve que cuida poco; su pelo tiene un aspecto reseco, áspero y dejado que, cuando pasa por peluquería, intenta volverse esponjoso, pero como que no. Su cuerpo es chiquitito, puro nervio, machacado por las pesas, y que ella ya se encarga de lucir a través del escote de su chandal mostrando dos enormes globos que son tan grandes como las mancuernas que levanta. No tiene cejas, bueno sí, las tiene tan perfiladas que parecen dibujadas por tiralíneas. Y además negrísimas. Y además tiene cara de mala. De mala malísima. A mi me recuerda un poco a un carlino cabreao. Y lo es. Tiene una mala hostia la tía, que ríete tú de la teniente O’Neil. Pues por si todo esto fuera poco, Connie, que así se llama, remata su epatante look con unos chandals y unas deportivas imposibles que poco ayudan a realzar su diminuta figura. Y ya como remate de los remates, Connie corona su temible aspecto con una trenza larga y densa (recordemos su áspera y reseca melena teñida) en la que clava, literalmente, los bolígrafos y rotuladores con los que nos va diseñando las rutinas (tablas de ejercicios, vamos) de cada uno de nosotros. Ahí es ná. Y así, como una pequeña Godzilla, Connie se pasea por la sala del gym. Y con una vara que usa a modo de bastón como si  fuera la profesora de “Fama” . Miedo.
Cuento todo esto porque un buen día llego a mi gimnasio de siempre y me encuentro con este impresionante personaje. Hasta ese momento tenía al típico monitor cachas, que pasaba olímpicamente de todo, y que no se preocupaba en absoluto por el estado físico de ninguno de los clientes que pasábamos por allí. El monitor llegaba y cubría el expediente, nada más. Pues imaginaros que un buen día servidor llega al gym esperándose encontrar a su monitor habitual, y se encuentra con Connie. El impacto fue fuerte, duro, un shock. Pero es que la cosa no se quedó ahí. Desde el primer día Connie nos empezó a coger uno a uno a todos los que vamos al gimnasio para marcarnos unos ejercicios super duros, y a recordarnos a base de collejas lo mal que lo hacíamos todo. Consiguió que todos comenzáramos a sentirnos como auténticas mierdas e insignificantes ante ella (que ya es difícil). Como si de la selección rumana de gimnasia rítmica se tratara, y ella la entrenadora, Connie empezó a convertirnos en pequeños monstruitos que comenzábamos a notar los resultados de sus duros entrenamientos. Al principio todos nos cagábamos en ella, huíamos de ella, le teníamos auténtico terror. Ir al gym empezó a convertirse en algo tan chungo como ir al colegio o a la mili. Pero ahora, que todos estamos mucho más monos y nos hemos quitado un par de tallas, Connie parece más chafada y más triste que nunca. Ya no nos persigue de la misma manera. Llegó con muchas ganas, se entregó en cuerpo alma a su trabajo y a cada uno de nosotros, pero ya no.  Ahora está cabreada. Por lo visto sus jefes no le corresponden en la justa medida que ella se esperaba. Igual Connie se excedió sin que nadie se lo pidiera. Es lo malo que tiene que te guste mucho tu trabajo y tengas un jefe al que no. Quizás le pasó lo mismo al monitor anterior, quién sabe. 
Sea como sea todos le debemos mucho a Connie, porque gracias a su empeño y a sus estrictas tablas de ejercicios, algunos hemos pasado de la XL a la XS. Y eso sí que no tiene precio. Como tampoco tiene precio el cariño que le he cogido a pesar de lo que me he cagado en ella. 
¡Va por ti, Connie!

3 comentarios:

  1. pobre Connie.... hay tantas Connies en esta vida ... lo bueno es que van dejando muchos cabreos que terminan siendo de admiracion por el mundo ....
    por cierto .. un verdadero milagro lo de pasar de la talla xl a la xs.... ¡¡ realmente asombroso !!
    La del PARAISO

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  2. La del Paraíso es la que yo me imagino que es??? Tiene usted algo que ver con resbalones???

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  3. Pues yo lo agradecería muchísimo. Me sentía ridículo las primeras veces que iba al gym y, aunque le pidiera al monitor que me explicara las máquinas y los ejercicios, él no se movía de su sitio, me lo describía 'así-así' y ni me corregía ni nada. ¡Un entrenador personal quiero!

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