A pesar de estar en una etapa super buen rolliza he empezado la semana que cágate lorito.
Empiezo: Anoche me abro un perfil en Linkedin por eso de dar una utilidad profesional a eso de las redes sociales. Que lo de Facebook y Twitter está muy bien, pero no deja de ser una frivolité. Pues nada, que me pongo a ello, y como uno es un pelín obsesivo hasta que no dejé el perfil acabado no paré. Y claro, de repente veo que es tardísimo y me voy a la cama. Y ahí empieza el tormento: Resulta que al Centro de Salud Mental de la Comunidad de Madrid en Lavapiés, que está a pocos metros de mi casa (no sé si será una indirecta de la vida), se le salta la alarma. Pero no es una alarma cualquiera, es una especie de sirena compulsiva, histérica y desquiciante provista de una amplísima gama imposible de tonos agudísimos que te perforan el cerebro. Ideal para un Centro de Salud Mental. ¡¡Y en la calle Cabeza!! Y uno que empieza a dar vueltas en la cama intentado dormirse. Y nada. Pasa el tiempo y la alarma sigue sonando. Y a esas horas de la madrugada el sonido es tan omnipresente que se te mete en el cerebro y no se va. Y lo peor de todo es que el hijo de puta que diseñó tan satánico invento dejó un intervalo de cinco minutos de silencio para que uno se creyera que ese infierno había terminado. Así que cada cinco minutos uno intenta conciliar el sueño a toda hostia, a contrarreloj, antes de que se vuelva a disparar el engendro. Y claro, así, tan relajadamente, uno no se duerme ni a la de tres. Y pasan las horas, y comienza a amanecer, y la alarma que sigue sonando. Y piensas: ¡¿Es que nadie va a parar eso nunca?! Pero de inmediato se detiene cinco minutos más y aprietas los ojos para intentar dormirte a toda leche. Pero tan agobiado y tan tenso como la goma de un tanga, al cerrar los ojos sólo veo la página de Linkedin (mal día para abrirme ahí un perfil y tirarme tanto tiempo delante de la pantalla del ordenador). Y que me levanto. Que me fumo un cigarro. Que me vuelvo a acostar. Y la alarma otra vez. Me pongo música con los cascos (un poco gordos como para dormirte con ellos puestos y eso que me puse algo así muy tranquilito de Morcheeba). Pues nada. Que me quito los cascos. ¡Y la alarma continúa! ¡Y ya es de día! Me levanto. Decido ducharme y bajarme a la calle para soltarle cuatro frescas a los del Centro de Salud Mental. El de la calle Cabeza...
Ojeroso y con una cara que da pena me bajo a la calle y me encuentro a más gente que, como yo, tampoco ha pegado ojo en toda la noche. Todos ojerosos, con tics nerviosos por culpa del insomnio y con pelos de locos empezamos a desahogarnos entre nosotros insultando a la Comunidad de Madrid, a Espe y a todo el que se nos cruza por la mente. Gente que está asomada a los balcones, con ganas incluso de tirarse al vacío por la desesperación, dice que la policía vino a las cuatro de la mañana pero que tanto la empresa responsable de la alarma como la Comunidad de Madrid no quisieron darles la llave para poder entrar al centro y pararla de una puta vez. Así que después de esa noticia tan desalentadora decidimos que todos los vecinos tenemos que poner denuncias a todo quisqui. Y me vuelvo a casa. Sin haber dormido nada, hecho un asco. Y con la alarma todavía sonando de fondo. ¿Y qué hago? Engancharme de nuevo a Linkedin para ver si de nuevo, con otra dosis obsesiva, dejo de escuchar la puta alarma de una vez.
Y hasta me he hecho el perfil en inglés.
Y porque por fin han parado la alarma, que si no hasta en Pekín se enteran de que soy guionista.
Ah, y me he comprado unos tapones en la farmacia.